El ángel de la muerte nos roba del aliento
un espasmo en temblor traducido en el grito
que escapa del ardor perfecto y no contrito.
Dejamos a la suerte nuestra sal con el viento.
Te sujetas con fuerza de mi piel y mis manos
buscando la caricia de luz en lo profundo.
Disfruto tu pericia derramada en mi mundo
con tu piel, clara y tersa... con tus cumbres y llanos.
El cielo se deleita con la sal del convite.
Así que conjugamos tu rosa y mi madera
saltando como gamos el bosque y la pradera…
la sabia que te aceita del mar que se derrite.
Autor: Jorge de Córdoba
Sales derramadas
ResponderEliminarentre los suspiros
Como debe ser...
EliminarLa sabia, el fuego,
el madero, la rosa.