El cantor argelino en su vibrato
dibujó los centímetros de fuego
y la musa siguió de su mandato
las pautas del placer en ese ruego.
Sintió que las entrañas ya le ardían
y sus manos corrieron por las piernas
alzando su vestido. No podían
ser discretas, calladas y muy tiernas.
El rubor se expandió por sus mejillas
en tanto que su cuerpo convulsiona.
Sus dedos, expandieron maravillas,
y el deseo de pronto, la aprisiona.
Autor: Jorge de Córdoba
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