No existe juramento ni promesa
que valide la apuesta que jugamos.
Las caricias debajo de la mesa
sellaron el encuentro de dos gamos.
No conoces mi nombre ni te importa:
lo que buscas es darte sin medida.
Tu falda, que ya sube, pues se acorta
me muestra un laberinto sin salida.
En tus ojos se encuentran los destellos
y vierten la lujuria que te prende.
Colocas en mis manos tus cabellos
al sentir que tu mar ahora enciende.
Dejas a tus amigas en la mesa
y sujetas mi brazo con urgencia:
Tu brama quedará del todo ilesa...
tu cuerpo gozará la penitencia.
Autor: Jorge de Córdoba
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