Amiga, se consumieron las horas
en una charla amena y clandestina.
Y de pronto, la cita ya germina,
en las miradas dulces, delatoras.
Con un roce en tus manos se me admite
en el cielo y pecado del deseo.
Tu sonrisa me cambia en un Perseo
que del fuego se toma y lo remite.
Atrapas entre el cuello y tu mejilla
los dedos que buscaban el camino...
Tu perfume señala mi destino:
te posas en el borde de la silla.
Es claro lo que ofrendas esta tarde
y tu vestido sube incandescente.
Se quema nuestra vida en el presente
pues bebo del anís que prende y arde.
Autor: Jorge de Córdoba
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