Con esa puerta abierta señalas el camino
que me lleva a la cumbre dorada de tu pulpa.
Una ventisca incierta, como trago de vino,
que siembra una costumbre disfrutando la culpa.
Si somos pecadores, pequemos a lo grande
plantando la simiente más profana posible.
Me regalas ardores y tu mundo se expande
pues ahora se siente de una forma increíble.
Debelamos secretos que por siempre guardaste,
en tu pecho vertimos el candor que sentía.
Endulzamos tus setos por buscar el desgaste,
de tu cumbre caímos, pues entraba y salía.
Autor: Jorge de Córdoba
Alejandrinos a doble rima
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