Me acerco por la izquierda de tu silla
y me miras con honda desconfianza
sabes que en los tizones de mi orilla
se inclina tu candor en la balanza.
Comprendes que mi fuego está encendido
y pugnas por mandarme de paseo.
Sin embargo, no ignoras el latido
que convulsa tu vientre en un mareo.
Titubeas, sonriendo muy a penas,
y tus dedos se ofrecen a mi mano.
Te gobierna un deseo por las venas
que humedece el sabor del dulce llano.
Autor: Jorge de Córdoba
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