Ya no escucho tu voz. Estoy atento
al timbre que acaricia mis oídos.
La clara vibración y los sonidos
de los temblores dulces en tu aliento.
Me resisto mirarte todavía
en tanto me propongo enloquecer
el durazno que busca padecer
la caricia demente, mi alegría.
Sujetas nuestras sábanas tan fuerte...
que levantas la espalda con bravura.
Ahora que cesamos la ternura
buscamos explotar en nueva muerte.
Autor: Jorge de Córdoba
Cómo debió se ver sido desde un principio ...
ResponderEliminarExactamente.
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