Charlamos con los ojos, con las manos
que abajo del mantel se han extraviado.
Tu gesto vehemente y ya extasiado
me reta a friccionar algunos llanos.
Tu rostro enrojecido en la tormenta
se resguarda en la carta de los vinos.
Tu falda ya prepara los caminos
en tanto que el calor se te incrementa.
Suplicas que aminore la cadencia
atenta a los meseros que se afanan.
Las pasiones ya mandan y te ganan
resquebrando un gemido de advertencia.
Aprietas tus columnas sorprendida
atrapando los gritos contenidos.
Tu mano me sostiene entre los nidos
derramando el sabor de nuestra vida.
Autor: Jorge de Córdoba
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