Atrapada por dedos atrevidos
y por esa humedad acidulada...
te sientes a los cielos elevada
buscando contenerte los gemidos.
No puedes, pues tus manos me obedecen
y acarician la fuente del placer.
De pronto te sacude un florecer
que crece si tus dedos desfallecen.
Respiras fuertemente, entrecortado.
Buscas disimular algún sonrojo...
Es mi placer el verte si te mojo
con las gotas de un fuego ya salado.
Autor: Jorge de Córdoba
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