Dibujé con salitre cada pliegue
tras las indicaciones del gemido
gozaste ser un ángel ya caído
al combinar la sal, ni quien lo niegue.
Aprendimos a darnos sin medida
el placer de tu pétalo escarlata.
Si lapidamos toda nuestra vida
en el beso que crece y luego mata.
Mis dedos se quemaron en tu vientre
rozando con premura pecadora.
Pediste que mi azufre por siempre entre
y lubrique tus curvas en buena hora.
Autor: Jorge de Córdoba
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